Coriolano
La Trilogía Coriolano reúne las siguientes obras dramáticas: Coriolano, de William Shakespeare (1564-1616); Coriolano, adaptación de Bertolt Brecht (1898-1956) del Coriolano de Shakespeare; y, Los plebeyos ensayan la insurrección, de Günter Grass (1927-).
El punto de partida, pues, para reunirlas, ha sido el Coriolano de Shakespeare, quien la escribió alrededor de 1608. Casi tres siglos y medio después, Brecht hizo su adaptación (entre 1951 y 1953), que dejó inconclusa. Quiso terminarla -faltaba muy poco- durante la puesta en escena que planeaba llevar a cabo, pero la muerte le detuvo la mano. No tantos años después (1966), Grass escribió su obra recreando un hecho histórico: la primera insurrección obrera en un país comunista: Alemania Oriental (1953), y la lleva a irrumpir en el escenario de un teatro berlinés, para más señas: elBerliner Ensemble, el teatro de Bertolt Brecht.
Así, el asunto original vivido siglos antes del ascenso del Imperio Romano y registrado por Plutarco en su Vidas Paralelas para servir de inspiración más de milenio y medio después a Shakespeare, rueda adelante, como hacen los asuntos, los temas, y la literatura lo recaptura esta vez en la pluma de Brecht, quien enfatiza, como venía bien a la época, la veta social y la lucha de clases; para finalmente -hasta ahora- inquietar a Grass, que pasa a confrontar la relación entre el creador y su obra -Brecht y su adaptación- y la dura realidad: implacable, como acostumbra, desde el primer momento hace dos mil años y pico de esta historia que ahora seguiremos en tres tiempos.
Hoy presenciamos el salto de la página al escenario. Felizmente, en este año en que se cumplen 450 del nacimiento de William Shakespeare, la CNT acomete esta empresa de considerable tamaño, poniendo los recursos artísticos de México al servicio de la cultura teatral de este país.
Otto Minera
Bloom dice que Coriolano es un gran misterio y que forma parte de las cuatro o cinco mejores tragedias del bardo; ahí se pasa del abismo de lo humano a la consagración de la forma. Auden, por su parte, condensa el sentido de la obra en el enfrentamiento irreconciliable entre el pueblo, el manipulable monstruo de mil cabezas, y un individuo con terror a disolverse en la colectividad. Kott, por su lado, pone énfasis en el brutal realismo político de Shakespeare. Coriolano, sin embargo, escrita alrededor de 1606, sigue siendo un enigma y uno de esos retos colosales para la escena de nuestros días, pues más allá del blanco y negro de la discusión pública que la obra encierra, más allá de la horda de gente que demanda, en ella están presentes criaturas de carne y hueso con pasiones y matices de comportamiento profundos y entrañables. Esa densidad, donde la vida privada es política, atrapó a Bertolt Brecht y luego a Günter Grass para acuñar otro Coriolano y Los plebeyos ensayan la insurrección. Teatro y política podrían abrir la puerta de muchos escenarios, pero la obra de Shakespeare pareciera irritar a güelfos y a gibelinos, amén de las dificultades que entraña llevarla a escena. De ahí que Coriolano sea la gran ausente en los escenarios del mundo.
Nuestro guerrero tiene un profundo sentido de la aristeia y del heroísmo propio del imaginario grecolatino, una mentalidad que sería el cimiento de los valores del ideal aristocrático de vida, pero también del gran drama sociopolítico que Shakespeare desentraña: el divorcio profundo entre la masa y el individuo, entre el humanismo renacentista y las colectividades incapaces de elegir, entre los ciudadanos –“la chusma”, “la plebe”, “el rebaño”, “la algarada mayoritaria”, “la horda de perros callejeros”- y los patricios que, un contemporáneo suyo, Cervantes, descifró en aquella frase lapidaria que dice a propósito de la insolencia del poderoso: “al rico llaman honrado porque tiene qué comer”.
Plutarco describe el entorno social y personal que rodeó a Coriolano en Roma, pero Shakespeare fabula el suceso con la libertad que caracteriza su tratamiento de culturas distantes de su tiempo y geografía. Ante esa Roma de la imaginación, la veracidad se ciñe a la consistencia propia del mundo que se crea en la escena. Si bien Coriolano nos remite a la discusión isabelina entre el parlamento inglés y el estado absolutista, es precisamente ese contrapunto entre una sociedad que clama por participación política y un sector privilegiado que decide todo “para el pueblo pero sin el pueblo”, lo que permite pensar temas del presente en sociedades como la nuestra y otras de Latinoamérica: ¿qué tanto puede resistir una democracia los embates de un pueblo hambriento? ¿cómo se gestan, en un clima de manipulación política, la tentación autoritaria y el divorcio entre el pueblo y el círculo gobernante? ¿en qué medida las democracias frágiles se convierten en objeto de manipulación, tanto de caciques que mangonean al humilde como de poderosos intereses económicos que quieren gobernar sin ciudadanos? En este contexto, Coriolano, el soberbio, remata contra la horda de perros callejeros: “Que las llamas del infierno más profundo consuman a este pueblo”.
Llevar a escena una obra así, en un proyecto donde se dialoga con los Coriolanos de Shakespeare, Brecht y Grass –un largo aliento que sólo podía ser posible en la Compañía Nacional de Teatro-, nos deja frente a las enriquecedoras tensiones entre la interpretación, recreación y variaciones que se desprenden al enfrentar una materia textual primigenia con la escena del México contemporáneo. Otto Minera realizó una labor titánica al traducir el ciclo Coriolano. Sin duda su traducción del Shakespeare da pleno acceso a la experiencia literaria de la obra. Pero la escena tiene sus propias reglas. En esta relectura, además de adecuaciones de diversa índole, nos permitimos invocar cuatro textitos de Voltaire, Rousseau, Roux y Luxemburgo que, en las paradojas de la infinita actualidad de Shakespeare, pareciera que el bardo hubiera leído a la par que a otros pensadores políticos de nuestros días.
Coriolano es el héroe y defensor de Roma. Arrasa con todo a su paso, conquista, parece invencible pero, además de su soberbia, tiene un enemigo mayor: la realpolitik y un pueblo con hambre y pobreza. Bruto, el tribuno, le dice: “Hablas del pueblo como si fueras un dios castigador y no un hombre lleno de flaquezas como ellos”. No deja de ser curioso que en Coriolanosean muy pocos los personajes que tienen nombre. El resto son legión: patricios, ciudadanos, soldados, centinelas, plebeyos… Pero aun así, en Shakespeare no hay masa amorfa, a fin de cuentas siempre hay gente con voz y conciencia. Bajo el cielo que nos desprotege, en la ciudad de los buitres y los cuervos, la metafísica sólo habita en el estómago y las tripas razonan. Bajo este punto de vista, Roma es México y la política es una pasión pero también una ciencia, la ciencia del poder.
David Olguín